En el corazón de Santa Marta, en un asilo de la ciudad, vive Jenni Vives, una mujer de cerca de 82 años que, a pesar de no haberse casado ni haber tenido hijos, encontró en la música la compañía más fiel de su vida. Desde muy joven desarrolló un profundo amor por el piano, instrumento que aún hoy, con manos temblorosas y longevas pero llenas de pasión, ejecuta con la misma entrega de sus años dorados.
Su historia es singular y conmovedora: mientras muchos encuentran en la familia su razón de vida, ella construyó la suya a través de las teclas blancas y negras que aprendió a dominar.
En el asilo, donde habita, se ha convertido en la voz que alivia silencios y en la melodía que rompe la rutina de quienes comparten con ella este espacio.
Los enfermeros que la cuidan aseguran que la música de Jenni Vives tiene un efecto especial en el ánimo de los residentes.
Sus interpretaciones, cargadas de sentimiento, no solo brindan alegría, sino que también evocan recuerdos en aquellos ancianos que encuentran en cada nota una conexión con su pasado. Incluso los visitantes del lugar se detienen para escucharla, sorprendidos por la sensibilidad y el talento que mantiene intactos a pesar del paso de los años.
Jenni ha convertido su piano en un puente entre soledades y esperanzas. Aunque nunca formó un hogar tradicional, hoy es reconocida como el alma del asilo, una mujer que con su arte demuestra que el amor puede tomar diferentes formas.
En cada acorde que toca, deja una huella imborrable en quienes la rodean, recordando que la música también puede ser una manera de abrazar la vida y de sentirse acompañada.