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El doble juego de "El Brujo": de los rezos a la extorsión criminal que lo llevó a la muerte

El doble juego de "El Brujo": de los rezos a la extorsión criminal que lo llevó a la muerte

En Santa Marta, Enrique Ariza Abril, conocido como “El Brujo”, era una figura reconocida por sus prácticas esotéricas. Con santos, velas y oraciones, ofrecía servicios de protección, suerte y amarres a quienes buscaban una salida espiritual.

Su presencia era habitual en barrios populares donde su fama creció al ritmo de sus rituales. Sin embargo, su fachada religiosa ocultaba una conexión más oscura con el mundo criminal.

Fuentes de investigación señalan que, mientras realizaba actos de brujería, también cobraba extorsiones para la organización criminal Los Pachencas, uno de los grupos que domina la criminalidad en la región.

“Quiso estar con Dios y con el diablo”, dicen en voz baja algunos que lo conocieron. Esa ambivalencia, aseguran, lo mantuvo en la cuerda floja entre la fe y el delito.

De manera repentina, Enrique abandonó Santa Marta y se trasladó a Mompox, Bolívar, argumentando problemas personales. No obstante, su partida coincidió con un distanciamiento de Los Pachencas, lo que levantó sospechas en los círculos criminales.

En su nuevo destino, las autoridades lo identificaron como parte de otra estructura ilegal: el Clan del Golfo.

Allí, su rol fue similar al que desempeñaba en Santa Marta, pero con nuevos jefes: se encargaba de coordinar cobros de extorsión y algunas rutas estratégicas.

Este cambio de lealtad, en el mundo del crimen organizado, fue interpretado como una traición, algo que usualmente se paga con la vida.

Aunque su vida pública estaba envuelta en misticismo y creencias populares, detrás operaba una lógica criminal que lo convirtió en una pieza útil para diferentes estructuras armadas.

Su muerte, según las autoridades, sería consecuencia directa de ese salto entre bandos, una advertencia más de cómo el crimen no perdona a quienes cruzan la línea equivocada.